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martes, 12 de julio de 2011

Ochenta y siete dias



Y ahora que te has marchado me invento los domingos, eso dice una de mis canciones favoritas, una de las canciones más tristes que se escribirán nunca. Hoy hace exactamente ochenta y siete días que te marchaste, ochenta y siete largos días, y es que el tiempo es así de caprichoso, lo mismo las agujas siguen un ritmo frenético, como que da la sensación de no girar. La tristeza es uno de los sentimientos más extraños; puedes levantarte un día pensando que ya ha pasado lo peor, que a partir de entonces solo puede haber sonrisas, y de repente, por cualquier tontería, todo vuelve a derrumbarse de nuevo, por cualquier tontería, que te devuelve con intereses todos los problemas que creías superados, como en el parchís, que te comes una y cuentas veinte, lo mismo, a una lágrima siempre la acompañan otras diecinueve. He aprendido a odiar los domingos, sobre todo los domingos de invierno, debe ser que mi inventiva se ha marchado de vacaciones y soy incapaz de tejer ninguna historia en la que no aparezcas tú. Te echo de menos. Ochenta y siete días, ochenta y siete días ya, y todavía espero que un día me llames y me digas que tú también me echas de menos, que vas a volver. Larga es la espera de algo que sabes que nunca va a suceder. Alguien me dijo que el amor asfixia, y si eso es verdad, no hay nadie que pueda sobrevivir a él. Entonces... ¿Dónde están los finales felices de los que hablaban los cuentos de hadas? Me siento estafado, que me devuelvan el dinero, que me devuelvan mi felicidad, que me devuelvan mi vida. ¿Te dije alguna vez que los cigarros sabían diferente después de besarte? Qué tontería, ¿no? Se puede echar de menos un sabor, un olor, ¿tu olor? A veces me pasa que voy por la calle y alguien lleva tu colonia, y entonces cierro los ojos y me pongo súper-melancólico, y te echo más de menos, si es que eso se puede. Recuerdo el día en el que me regalaste el cubo de rubick, dijiste que nuestra relación era tan compleja como él, puede que por eso tardara tanto en mezclar sus colores, en desmontarlo. Lo hice el día que te marchaste, y me prometí a mí mismo que el día que consiguiera montarlo significaría que por fin te habría olvidado. Ahora te doy la razón, nuestra relación es tan fascinante como este cubo, pero una vez desmontado ya nadie puede volver a montarlo, y cada vez que te lo encuentras detrás de algún libro viejo o debajo de cualquier cojín, intentas una vez más solucionarlo, le das vueltas e intentas encontrarle la lógica, pero no lo consigues. Los domingos son una prueba de fuego, es el único día de la semana que me levanto totalmente deprimido, y cualquier excusa me parece buena para llamarte, incluso para presentarme en la puerta de tu casa, coger mi bici y pedalear todo lo rápido que pueda y llamar a tu puerta. Pero no lo hago, claro. Sabes de sobra que no sé ir en bicicleta. Ochenta y siete días, y todavía no entiendo por qué los cuento, no se me ocurre nada más triste que pensar que un día me levante y lo primero que piense sea; hoy hace exactemente mil cuatrocientos quince días que te marchaste. Debería dejar de hacerlo. Seguramente tú ya no piensas en mí. Seguramente no me echas de menos. Seguramente sonríes todo el tiempo. Seguramente. Yo no lloro. Yo no lloro. Yo, no, lloro. Que ya sé que he malgastado mucho tiempo pensando en ti, que ya son ochenta y siete días y pasarán otros ochenta y siete más, que me voy a seguir acordando de ti todos los domingos por la mañana, que mi final feliz solo puede ser contigo, que te estoy esperando, que venga.

Tequieroana.

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